A través de la ventana, podía ver el portalón hundido y devorado por el
musgo del molino y los reflejos temblorosos de los chopos sobre el río:
inmóviles, solemnes, como columnas amarillas bajo la luz mortal y helada de la
luna. Todo estaba en silencio, envuelto en una paz tan densa e indestructible
que acentuaba más aún la desazón que yo sentía. A lo lejos, sobre la línea de los montes, los tejados de
Ainielle flotaban en la noche como las sombras de los chopos sobre el agua.
Pero, de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana, un viento suave se
abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de
repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los
chopos, que caían, lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las
montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una
dulce y brutal melancolía. Aquella lluvia duró solo unos minutos, los
suficientes, sin embargo, para teñir la noche entera de amarillo y para que, al
amanecer, cuando la luz del sol volvió a incendiar las hojas muertas y mis
ojos, yo hubiese entendido ya que aquella era la lluvia que oxidaba y destruía
lentamente, otoño tras otoño y día a día, la cal de las paredes y los viejos
calendarios, los bordes de las cartas y de las fotografías, la maquinaria
abandonada del molino y de mi corazón. [...]
Sublime fragmento de "La lluvia amarilla". Julio Llamazares
John Aktison Grimshaw, uno de los grandes.
Un fragmento precioso y una pic espectacular Virtu. Me gusta tu trabajo, pero creo que no hace falta que te lo jure :P
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