Quisiera ya dar con la mágica cura
que pusiera fin a lo que mi alma padece.
En esta tormenta navegar más no me apetece,
por mares cuyas aguas sólo son una mala aventura.
¿Dónde se encuentra tal remedio?
¿A qué siniestra bruja le podría pagar?
¿Cuál es el bosque donde hay de amores un cementerio?
Una sombra agria quiere de mí estar triste.
En cada paso me rodea con su abrazo de pesar,
como un velo que oculta el mundo a mis ojos,
ojos tristes de los que se derrama un mar triste.
Bruja, recoge las lágrimas en un frasco de cristal,
hierve en ellas una pizca de soledad,
añade ramitas de muérdago frustrado,
y remuévelo con deseo de mi pecho aromado.
Házselo beber y dile de mi parte: “La perdiste”.
Luego, te pido, haz que llueva, llueva mucho,
agua purificadora con anhelo a libertad,
capaz de calar este velo aprisionador.
Venga, bruja, no quiero esperar mucho,
hay alguien que de mi tiempo no es merecedor.
Recuerdo lo que hizo con el cáliz de mi sangre,
y tal como las losetas se tiñeron rojizas,
así esa mancha, de todos mis sentimientos es la madre.
Pero, amor, la pasión verdadera y la esclavitud no son mellizas.
No estoy para nadie que no esté para mí,
por eso he pedido ayuda para olvidarme de ti.
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