La sombra

Atrapo un límpido recuerdo,
bahía serena de nuestro secreto.

Sólo mi alma conoce la llama
que prendió mi amor en ti.
Sólo mi espíritu refleja la mirada
que refulgente canalizabas en mí.

Como el unicornio canaliza la magia,
la energía de la naturaleza, y de la tierra el ánima,
así era amada yo con tu sensual cuerno,
y las descargas al rozar el fondo animaban
un nervio que recorría entero mi cuerpo.

Escalofríos tenía de placer intenso como ondas
y nublada la mente por amorosa profundidad.
De mi boca suspiros y en ella tus besos.
Dentro, muy dentro, el deseo concentrado,
explota con el recuerdo ahora, reverbera,
y largo tiempo yo… me elevo.

Mis brazos rodeándote con fuerza te atraen,
pero ya la neblina de mi mente se ha despejado
y un frío repentino me trae de nuevo la soledad.

Reparo, dolida, en que le estaba dando un abrazo,
mi ansiado abrazo, a una sombra.

No hay pureza si el amor se envuelve en sombra,
ni vive la confianza si en el húmedo beso
se deshace tu lengua en finos hilos negros
y se evapora igual que tus dedos en mi cuello.

En mis sueños aún eres también una sombra.
“Cariño, vuelve conmigo y deja de ser sombra, -te digo-,
que quiero vivir a tu lado y respirar siempre tu aroma”.

Siempre nos piden que entendamos



Siempre nos piden que entendamos
el punto de vista de los otros,
sin importar si es anticuado,
necio,
asqueroso.

A uno le piden
que entienda
amablemente
todos los errores de los otros,
sus vidas desperdiciadas,
sobre todo si son de edad avanzada.

Pero su edad es lo único
en lo que nos fijamos.
Han envejecido mal
porque han vivido sin enfoque
Se han negado a ver.

¿Que no es culpa suya?
Se me pide que oculte
mi opinión ante ellos
por miedo a su miedo.

La edad no es un crimen,
pero la vergüenza de una vida
deliberadamente desperdiciada
entre tantas vidas
deliberadamente desperdiciadas
sí lo es.

Llorar a lágrima viva...

Llorar a lágrima viva. 
Llorar a chorros. 
Llorar la digestión. 
Llorar el sueño. 
Llorar ante las puertas y los puertos. 
Llorar de amabilidad y de amarillo. 
Abrir las canillas, 
las compuertas del llanto. 
Empaparnos el alma, la camiseta. 
Inundar las veredas y los paseos, 
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto. 
Asistir a los cursos de antropología, llorando. 
Festejar los cumpleaños familiares, llorando. 
Atravesar el África, llorando. 
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... 
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos 
no dejan nunca de llorar. 
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. 
Llorarlo con la nariz, con las rodillas. 
Llorarlo por el ombligo, por la boca. 
Llorar de amor, de hastío, de alegría. 
Llorar de frac, de flato, de flacura. 
Llorar improvisando, de memoria. 
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Nocturno 2

Debajo de la almohada
una mano,
mi mano,
que se agranda,
se agranda
inexorablemente,
para emerger,
de pronto,
en la más alta noche,
abandonar la cama,
traspasar las paredes,
mezclarse con las sombras,
distenderse en las calles
y recubrir los techos de las casas sonámbulas.
A través de mis párpados
yo contemplo sus dedos,
apacibles,
tranquilos,
de ciclópeas falanges;
los millares de ríos
zigzagueantes,
resecos,
que recorren la palma desierta de esa mano,
desmesurada,
enorme,
adherida al insomnio,
a mi brazo,
a mi cuerpo
diminuto,
perdido
en medio de las sábanas;
sin explicarme cómo esa mano
es mi mano,
ni saber por qué causa se empeña en disminuirme.
No soy quien escucha
ese trote llovido que atraviesa mis venas.

No soy quien se pasa la lengua entre los labios,
al sentir que la boca se me llena de arena.

No soy quien espera,
enredado en mis nervios,
que las horas me acerquen el alivio del sueño,
ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido,
mirando, entre mis huesos, las áridas paredes.

No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas.

Nocturno

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas.
Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,
y cuál será la intención de los papeles 
que se arrastran en los patios vacíos? 
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras,
y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,
como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa,
al dar vuelta la llave de la electricidad,
en el espanto que sentirán las sombras,
y quisiéramos avisarles
para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.
Y a veces las cruces de los postes telefónicos,
sobre las azoteas,
tienen algo de siniestro
y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón. 
Noches en las que desearíamos
que nos pasaran la mano por el lomo,
y en las que súbitamente se comprende
que no hay ternura comparable
a la de acariciar algo que duerme.

Vuelo sin orillas

Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.

Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.

Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.

Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Me oprimía lo fluido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.

Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.

Cansado

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.

Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

Escrúpulo

Me parece que vivo
que estoy entre los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho "me parece"
yo no aseguro nada.

Dime, amor

¿Qué harás?

Si sobrevivo sin ti a la furia de la noche,
y desnuda atravieso entre balas
este campo minado de recuerdos,
si descubro un aljibe de amor en el desierto
y a solas bebo en la noria de las ansias.

¿Qué pasará amor?

Si mis pies a seguir tu huella se afanan
y mis manos en perseguir hojas al viento,
si convierto atormentadas nubes en llovizna
y desquebrajadas olas en manso huracán.
Si mi voz repite que te amo en la penumbra,
y tus besos es lo único que quiero.
Si busco tu nombre en el sueño que se extingue
y tu aroma de violetas mientras duermo.
Si al probar la madurez de mis mares
tus labios enmudecen de ternura
y de tanto amor se desorientan las gaviotas
que descubren al vuelo el secreto que nos une.

¿Qué ganaría?

Por coser atardeceres al diván de tu regazo
ofreciendo devorar a besos la nostalgia
mientras someto torbellinos corazón adentro.
Si vendiera como espejo mi rostro en el mercado
y dibujara tu imagen en el corazón de mis entrañas
para que pueda este poema soportar tanto tormento.

¿Cómo continuar?

Ahora que la ausencia es la única que ama
en esta soledad congelada de suspiros.
Si no hay más desiertos ni lluvia en mi alma
y tu recuerdo es oscuridad sobre mis ojos.
¡Dime amor cómo recuperarte!...
Tal vez regando mi piel por los caminos
hasta ser cadáver mezclada con tus huesos.


Resucitado recuerdo

Hoy resucitó un dolor maldito.

Te vi cruzando la calle,
tranquilo,
sin prisa.
Apenas nos separó el aliento,
busqué tu mirada.
Casi probé tus caricias.

Volteaste el rostro,
ella se acercó suavemente,
tejió sus dedos entre tus manos
y una sonrisa en común brilló.

Retrocedí nerviosa.
Mi mente voló a otra fecha:
la misma calle,
la misma hora...
Tú, yo. Ella al acecho.

Alucinaron mis ojos,
recordé cuando eras buitre volando
en círculos de aurora tras mi negra cabellera.
Volví a sentir el fuego de tu sable
y tu boca hurgando en mi boca.

El llanto reventó en mi cara,
congeló mi sangre.
Se entumecieron mis manos...
Tú, ella. Yo en el olvido.

Me di la vuelta,
caminé con prisa.

vomité tu nombre en la siguiente esquina.

Luz de un faro viejo

Volvería a amarte de brazos abiertos
como se ama de noche los ojos del cielo,
de fuego incendiando tu líquida sombra.
Hasta el fondo de los años volvería a amarte
donde mi cuerpo aún guarda la ficción de tus besos,
la caricia inalterable de nuestras ausencias,
el amor copulando en el horizonte de la memoria.
Volvería a amarte con el calor de los fogones
que templan el aire,
porque mi corazón no ha encontrado
la estación del olvido,
o tal vez porque herrumbre soy, ceniza,
luz de un faro viejo que aún alumbra.
Sí,
volvería a amarte de brazos abiertos
podando hierba para cosechar flores
porque este amor es una flama que vaga
por oscuras calles de laberínticas noches,
exhalando ecos de perfumados recuerdos.
Porque eres germen de inspiración,
volvería a amarte.

Añadirte a mi piel

Quiero hervirte
en el centro de mis suspiros,
desgreñar tus ansias en mi ansiosa piel,
y encender piras infinitas
en la avenida de mis piernas
para guiar tu clavel por mi noche.

Desmadejar tus besos con mis besos,
en la flor de mi naranjo adormecer tu sed.
Sentir en mi elástico triángulo
azules bocanadas
y convertirte en amaranto ocaso,
para deleitarme con tu espuma,
para echar anclas,
para perseguir gaviotas,
para morir en ti.

Color al viento

I
Hoy recordé aquel beso de enero
que hizo que la luna durmiera en mi boca.

II
Todavía palpitan tus enhebradas caricias
ovalando el silencio de mi cuerpo.

III
Sólo el cielo crece en el fondo de tus ojos.

IV
Cada mañana nuestras almas nacen para morir
en la contemplación de nuestra espera cotidiana.

V
Desnuda, plena de infinito
descanso de tus ávidas caricias.

VI
Buscando un color al viento
encontré un arcoíris de amor en tu cuerpo.

Epicuro

       Bueno, antes de nada voy a explicar un par de cosas. La primera es que esto fue escrito hace ya dos años como trabajo para una asignatura de la facultad: literatura griega. Lo he encontrado rebuscando en mi ordenador y he decidido que hay partes bastante interesantes que merecen un vistazo. No por lo que yo diga, ni porque yo me las dé de guay o de entendida en filosofía, que vaya, ni de lejos xD, sino porque está bien compartir esto, y si a alguien le interesa me encantaría recibir comentarios ;) Además podría decir mucho más de lo que digo, pero el trabajo fue para lo que fue, y ahora no me voy a poner a ampliarlo porque bastante largo es ya. Sin más, aquí os lo dejo:

1.       Breve introducción a la vida y obra de Epicuro:

Epicuro nació en la isla de Samos en el año 341 a.C., hijo del ateniense Neocles. A los 14 años comenzó a estudiar filosofía con el platónico Pánfilo. En Colofón estudió con Nausífanes, un atomista discípulo de Demócrito, cuyo magisterio terminó negando. Tras varias vicisitudes, cuando ya frisaba los 35 años, se instaló en Atenas, donde fundó su escuela. Para impartir su doctrina con independencia de toda imposición oficial, compró una casa y un pequeño terreno: el Jardín, un huerto donde convivir con amigos y discípulos. Allí se dedicaron a la investigación científica y a la paideia, celebraron reuniones y comidas, y acogieron a personas de todas las clases sociales.
Sus obras fueron numerosas, aunque sólo nos han llegado breves fragmentos y algunas cartas, las más importantes a Meneceo, a Heródoto y a Idomeneo.

2.       Comentario de Epicuro:

Tras leer la Carta a Meneceo y algunos fragmentos de la Carta a Heródoto, me he decidido a ir comentando uno a uno los fragmentos que más me han llamado la atención. Iré haciendo citas de cada uno de ellos y en función de lo que me parece más interesante o veo más relevante haré un subrayado y comentaré debajo.

a)      Carta a Meneceo

1. Parte de nuestros deseos son naturales, y otra parte son vanos deseos; entre los naturales, unos son necesarios y otros no; y entre los necesarios, unos lo son para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para la vida misma. Conociendo bien estas clases de deseos es posible referir toda elección a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, porque en ello consiste la vida feliz. Pues actuamos siempre para no sufrir dolor ni pesar, y una vez que lo hemos conseguido ya no necesitamos de nada más”.

Estoy de acuerdo con esta afirmación que subrayo porque a veces he sentido que no necesitaba nada más, que era feliz tal como estaba, sin ninguna perturbación, una serenidad del alma y una paz que me llevaban incluso a pensar que podría ser un buen escenario para la muerte aunque aún no la deseara, de tan a gusto que me encontraba. Pero creo que ese placer es siempre momentáneo (se trata de pequeñas alegrías) y llega un punto en el que volvemos a necesitar más placeres. Es decir, no creo que el conformismo sea lo mejor.
Asimismo es muy difícil lograr ese placer estable porque algunos dolores de la carne son muy fáciles de eliminar (el pan y el agua serán muy fáciles para aquel que tiene hambre y sed), pero los pesares que perturban el alma permanecen largo tiempo en nosotros a causa de la memoria.

En esto Epicuro se opone a Platón, quien pensaba que el placer se hallaba en la contemplación de las Ideas.

2. Por eso decimos que el placer es el principio y fin del vivir feliz. Pues lo hemos reconocido como bien primero y connatural, y a partir de él hacemos cualquier elección o rechazo, y en él concluimos cuando juzgamos acerca del bien, teniendo la sensación como norma o criterio. Y puesto que el placer es el bien primero y connatural, no elegimos cualquier placer, sino que a veces evitamos muchos placeres cuando de ellos se sigue una molestia mayor. Consideramos que muchos dolores son preferibles a los placeres, si, a la larga, se siguen de ellos mayores placeres. Todo placer es por naturaleza un bien, pero no todo placer ha de ser aceptado. Y todo dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre. Hay que obrar con buen cálculo en estas cuestiones, atendiendo a las consecuencias de la acción, ya que a veces podemos servirnos de algo bueno como de un mal, o de algo malo como de un bien”.

- - -

“Y puesto que el placer es el bien primero y connatural, no elegimos cualquier placer, sino que a veces evitamos muchos placeres cuando de ellos se sigue una molestia mayor”.

Esto a veces es cierto, si bien no siempre evitamos esos placeres aunque sintamos miedo hacia lo que pueda venir después. Se trata de una elección que se nos plantea cuando somos conscientes de que es muy posible que suframos más adelante y debemos decidir si: disfrutar del presente ahora que está a nuestro alcance aun sabiendo que su pérdida o su fracaso nos hará mucho daño más tarde (y poder pensar para consolarnos: “estuvo bien mientras duró”), o rechazar el placer del presente por miedo al futuro (lo que llamo yo “cobardía”).

“Consideramos que muchos dolores son preferibles a los placeres, si, a la larga, se siguen de ellos mayores placeres”.

Sí. De hecho, me gusta hacer eso de vez en cuando. Puedo poner ejemplos muy mundanos: aguantar un picor en un brazo durante mucho tiempo aunque estés deseando rascarte para que cuando por fin decides hacerlo el alivio sea muy placentero. O estar muchos días sin ver a mi pareja debido a la distancia para que cuando por fin llegue el fin de semana la pasión e ilusión sean mucho más desbordantes.

“Todo placer es por naturaleza un bien, pero no todo placer ha de ser aceptado”.

Por supuesto que no, porque ya entramos en terreno de lo que es ético o no. Algo que para ti puede ser placentero, para otra persona puede significar un mal. Por tanto no todo puede estar permitido. También están las limitaciones que han ido poniendo las religiones como el cristianismo o la sociedad misma, al sexo por ejemplo, tanto en soledad como en compañía. No siempre ha habido libertad para todo. Ni aún hoy día.

“Y todo dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre”.

A veces merece la pena estar pasándolo mal un tiempo para saber apreciar los momentos buenos. Merece la pena estar un día pasando hambre para saborear con gusto la comida cuando cae en tus manos, o soportar un dolor de espalda o estómago durante horas para gustar del alivio de acostarse a dormir sin ninguna dolencia. Tampoco consiste esto en caer en el masoquismo, ni hay que revolcarse en las desgracias y las penas. Como dice después el mismo Epicuro la vida consiste en encontrar el término medio en la moderación, la virtud de la que hablaba también Aristóteles.

3. “La autosuficiencia la consideramos como un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco, sino para que cuando no tenemos mucho nos contentemos con ese poco; ya que más gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad tienen de ella, y porque todo lo natural es fácil de conseguir y lo superfluo difícil de obtener. Los alimentos sencillos procuran igual placer que una comida costosa y refinada, una vez que se elimina el dolor de la necesidad”.

Siempre he pensado que aquellas personas poco conformistas, pensadoras, insatisfechas, viven más infelices siendo conscientes de sus limitaciones y de aquellas metas imposibles de conseguir por haber caído en la utopía, que las que viven el día a día sin preguntarse por lo que haya “más allá”, o al menos aceptando lo que tienen y lo que no sin atormentarse por lo que no pueden alcanzar. Además, coincido en la idea de que se disfruta más de la abundancia cuando menos necesidad (o llamémosle dependencia) tenemos de ella, porque no nos gusta sentirnos “atados” o dependientes de una cosa, ya que nos da miedo pensar que podríamos perderla.

De hecho cuando estamos muy hambrientos poco nos importa si la comida está falta de sal o si se ha quedado fría, porque más que comer tranquilamente y saborear engullimos con ansias. En los alimentos más sencillos y fáciles de elaborar (ejemplo: tortilla de patatas) se puede encontrar a veces más placer que en el suculento plato del mejor restaurante. No es necesario irse a las exquisiteces caras.

4. “Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros, porque todo bien y todo mal reside en la sensación y la muerte es privación de los sentidos. Por lo cual, el recto conocimiento de la muerte hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada una temporalidad infinita sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible hay, en efecto, en el vivir para quien ha comprendido realmente que nada temible hay en el no vivir. De suerte que es necio quien dice temer a la muerte, no porque cuando se presente haga sufrir, sino porque hace sufrir en su demora. En efecto, aquello que con su presencia no perturba, en vano aflige con su espera. Así pues, el más terrible de todos los males, la muerte, nada es para nosotros, porque cuando nosotros somos la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces nosotros ya no somos”.

Como vimos en clase, este texto refleja el pensamiento que tenía Epicuro de la muerte. Según él, el hombre no podría ser feliz jamás sin librarse de su miedo hacia la muerte. Dice: “la muerte es inexperimentable”, “no afecta a los vivos ni a los muertos; no existe para aquellos, y estos no existen para ella”. Sin embargo, “es el más terrible de los males”. Si no podemos evitarla, porque todo hombre ha de morir, sí que podemos eliminar el temor que nos produce. De entre esos terrores, dos son los más temidos: el miedo a lo que pueda haber detrás de ella y el miedo a que yo, como individuo consciente, desaparezca para siempre. Provocados por la tradición mítica, que buscaba la fama para la inmortalidad, el primero, y por sentimientos irracionales, el segundo, ambos temores no tienen nada que ver con el recto filosofar. Epicuro se opuso tanto a las creencias populares sobre premios o castigos de ultratumba, como a las extrañas tesis de Platón sobre la inmortalidad del alma. Es irracional aceptar que el yo como unidad de alma y carne pudiera permanecer eternamente. La eternidad está solo reservada para los átomos.

5.      Comentario de algunas exhortaciones:

"La necesidad es un mal, pero no hay necesidad alguna de vivir con necesidad".

Yo creo que eso es muy fácil de decir pero muy complicado de llevar a cabo, pues casi siempre habrá algo que necesites para estar mejor. A mí me ocurre que jamás me conformo con nada. Los momentos de felicidad y plenitud para mí son solo eso: momentos, pero no una constante en mi vida. Además no opino que la necesidad sea un mal, al menos no si nos la planteamos como un objetivo a alcanzar y para el que tenemos que esforzarnos, porque así se convierte en una motivación para vivir. Sin embargo, si nos regodeamos en la necesidad y no hacemos nada por remediarla sí que puede convertirse en un mal muy grande.

"Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco".

Me encanta esta frase. El problema está en determinar qué es suficiente y qué es insuficiente, porque depende de cada uno. Creo que para los grandes aspiradores que no se conforman con nada, no existe la suficiencia, porque siempre quieren más y más, siempre hay algo que les falta y hacia lo que aspiran y, de hecho, yo creo que el sentido de la vida (si es que lo tiene) se pierde cuando uno se queda sin objetivos o motivaciones y se conforma con lo que tiene, porque se ignoran otros placeres que pueden estar ahí pero ser invisibles para ti si ni siquiera te molestas en buscarlos.

Inciso, una mirada que traspasa:
No sé en qué pensamientos se hallará inmersa la chica, pero seguro que son interesantes.



"Quien un día se olvida de lo bien que lo ha pasado se ha hecho viejo ese mismo día".

No estoy del todo de acuerdo. Opino que nos hacemos viejos todos los días, cada vez más conforme más experiencias vamos teniendo. Además todo el mundo tiene derecho a pensar “este día ha sido un desastre, no he disfrutado en ningún momento y después de haberlo vivido me siento mal porque la experiencia ha sido horrible y agotadora, o peor aún: me he quedado vacío y el día no ha significado nada ni para bien ni para mal”. Y ello no significa que te hayas hecho viejo, sino simplemente estás viviendo. No se puede afrontar la realidad con un falso optimismo tratando de engañarte a ti mismo pensando que lo has pasado bien cuando sabes perfectamente que no ha sido así (en el caso de que así fuera). Sin embargo, puede que aquí Epicuro se refiera a cuando sí lo has pasado bien pero en lugar de irte a la cama con una sonrisa recordando eso, te centras en tus problemas y preocupaciones olvidando lo bueno. En ese aspecto sí que lo apoyo, aunque siempre depende de las circunstancias de cada uno.

"Lo insaciable no es la panza, como el vulgo afirma, sino la falsa creencia de que la panza necesita hartura infinita".

Las personas muy obesas por comer muchísimo a todas horas del día y sin cuidar la dieta ni hacer ejercicio (por ejemplo los enfermos del Burguer King o McDonalls), que no están así por constitución o problemas de digestión (obviamente también influirán en ocasiones para llegar a esos niveles de obesidad) no disfrutan mientras están comiendo. La ansiedad hace que comer se convierta en una práctica sin sentido como el fumador está enganchado al tabaco; no en un placer. Yo no creo que esas personas saboreen las hamburguesas, sino que lo que les gusta es sentir la “panza llena” continuamente, como si comer consistiera en eso y no existiera la saciedad. Físicamente el organismo solo necesita alimentarse con una cierta cantidad de comida diaria y un cierto aporte de vitaminas, proteínas, hidratos, etc, en función de las calorías que se vayan a quemar y de la energía que se necesite. No vive mejor el que más come, aunque siempre se ha visto más saludable y poderoso al que tenía una gran barriga que al débil y desgarbado delgaducho, porque ello implicaba tener más dinero.

Y aunque me he quedado sólo en el comentario superficial referido a la comida y al estómago literalmente, creo que esto puede ser aplicado a todo.

"El que menos necesita del mañana es el que avanza con más gusto hacia él".

En algunas etapas de mi vida he estado demasiado pendiente del futuro (alguna fecha fijada, algún acontecimiento importante hacia el que guardaba mucha ilusión, alguna esperanza de mejoría, una necesidad de cambio…) y me he privado de cosas por pensar que más adelante serían mejores, y cuando finalmente por diversas razones esas fechas por las que me obsesionaba y que había fijado inconscientemente como objetivo no llegaban, mi mundo se desestabilizaba, me sentía mal, perdida, desorientada y arrepentida por haber perdido mi tiempo sin disfrutar del presente. Así que estoy muy de acuerdo con esa frase de Epicuro, porque pienso que el tiempo pasa con mayor lentitud cuando estás esperando un acontecimiento y eres incapaz de concentrarte en otras cosas, que cuando simplemente te dejas llevar por el momento sin pensar en el después.

"También en la moderación hay un término medio, y quien no da con él es víctima de un error parecido al de quien se excede por desenfreno".

Creo que encontrar esa moderación es de lo más difícil que contiene la vida. Irse de un extremo a otro es muy fácil, pero mantenerse firme en un mismo punto a medio camino entre lo malo y lo bueno… es tan complicado que casi diría que es imposible. Mi vida consiste en un continuo “subibaja” de emociones, en un inconstante cambio en el que casi nunca logro hallar estabilidad porque estoy inquieta. A veces admiro a quien sí consigue esa estabilidad y me pregunto si yo seré capaz de lograrla algún día. Por lo menos así me mantengo entretenida y no me aburro nunca, porque si siempre siguiera la misma línea... Además en esta etapa de mi vida, la juventud, creo que se cometen mayores desenfrenos por tener las pasiones muy fuertes y estar llenos de energía, que más adelante cuando las obligaciones grandes y las responsabilidades controlan de alguna manera nuestro caminar, porque cuando tienes hijos pequeños a los que cuidar no puedes permitirte muchas cavilaciones.

b)      Carta a Heródoto

Me parece increíble que unos hombres hace más de 2.000 años fueran capaces de llegar a todas esas conclusiones científicas con tan pocos medios tecnológicos a su alcance, tan solo con los instrumentos de los que pudieran disponer en la escuela que fundó Epicuro, donde él y sus discípulos se reunían para dedicarse a la investigación científica aparte de otro tipo de menesteres como fiestas, orgías, comidas… Es de valorar que pudieran tener tantos conocimientos de física y astronomía, que hubieran sido posibles de llegar al concepto de “átomo”, “materia”, “vacío”, “universo”.

Expuestos en esta Carta a Heródoto, sus principios fundamentales son los siguientes:

a)      Nada nace de nada; todo es eterno, inmutable e infinito, y ese todo está compuesto por los átomos y el vacío en que estos se mueven. Los cuerpos son átomos o agregados de átomos. El mundo no se originó en el caos, sino que todo fue siempre lo que es ahora.
b)      Los átomos eternos, permanentes e inmutables tienen forma, extensión y peso.
c)       El vacío es el espacio en el que se mueven los átomos. No puede ser visto, ni sentido, ni tocado. Además, es infinito en extensión (los átomos son infinitos en número, pero no en extensión) para que puedan moverse los cuerpos.
d)      Los cuerpos celestes son de la misma naturaleza que los terrestres. Por eso, todos los fenómenos celestes pueden ser explicados como algo natural y no divino. Eliminó así todas las explicaciones míticas de estos fenómenos que han sido siempre causa de angustia y terror.
e)      También el alma humana forma parte de este universo material que hemos descrito. Está compuesta por átomos más sutiles que los que forman el cuerpo. Cuando este muere, también lo hace el alma.

Lo que más me ha llamado la atención o me ha gustado de los fragmentos que he leído de la Carta a Heródoto ha sido la parte en la que habla de que es posible que existan más mundos aparte del nuestro, porque soy muy dada a la imaginación y la fantasía, y ese concepto de inmensidad e infinito me llena:


“Por otra parte, hay una infinidad de mundos, sean parecidos al nuestro, sean diferentes. En efecto, siendo los átomos infinitos, como se acaba de demostrar, son llevados por su movimiento hasta los lugares más alejados. Y tales átomos, que por su naturaleza sirven, ya por sí mismos, ya por su acción, para crear un mundo, no pueden ser utilizados todos para formar un único mundo, o un número limitado de mundos, ni para los semejantes a éste, ni para los diferentes, de modo que nada impide que haya una infinidad de mundos”.


La lluvia amarilla. J. Llamazares

A través de la ventana, podía ver el portalón hundido y devorado por el musgo del molino y los reflejos temblorosos de los chopos sobre el río: inmóviles, solemnes, como columnas amarillas bajo la luz mortal y helada de la luna. Todo estaba en silencio, envuelto en una paz tan densa e indestructible que acentuaba más aún la desazón que yo sentía. A lo lejos, sobre la línea de los montes, los tejados de Ainielle flotaban en la noche como las sombras de los chopos sobre el agua. Pero, de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana, un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía. Aquella lluvia duró solo unos minutos, los suficientes, sin embargo, para teñir la noche entera de amarillo y para que, al amanecer, cuando la luz del sol volvió a incendiar las hojas muertas y mis ojos, yo hubiese entendido ya que aquella era la lluvia que oxidaba y destruía lentamente, otoño tras otoño y día a día, la cal de las paredes y los viejos calendarios, los bordes de las cartas y de las fotografías, la maquinaria abandonada del molino y de mi corazón. [...]


Sublime fragmento de "La lluvia amarilla". Julio Llamazares


John Aktison Grimshaw, uno de los grandes.